Valoración histórica del medievo Cuando aparece en escena Tomás de Aquino, la llamada Baja Edad Media ha dejado atrás los signos de oscurantismo, atraso y arbitrariedad propios de la Alta Edad Media. Se nos muestra en una eclosión pujante de ideas, instituciones, movimientos y personajes que hacen de ella uno de los períodos más apasionantes de la historia. Baste recordar que en este período aparecen las literaturas romances, se llevan a cabo las mejores muestras del gótico de las catedrales, se institucionalizan las universidades, se supera el hambre con la roturación de nuevas tierras, se crean los gremios y las grandes redes comerciales, las «hamsa», se crea un «ordo» social de señores y vasallos. Se llega a una visión del mundo que, en el plano de las ideas, significa la armonía y sumisión de la razón a la fe; y en el orden temporal, la superioridad de lo espiritual sobre lo temporal, del Papa sobre el Emperador. Todo ha sido ordenado en una síntesis perfecta. Cada cosa tiene su sitio propio, asignado por Dios. Al hombre sólo corresponde encontrar ese orden, acatarlo y realizarlo. Es la época de la Cristiandad. La historiografía moderna concibe esta Baja Edad Media (siglos XI-XIV) como un movimiento ascendente que nos muestra en primer lugar la expansión del Occidente cristiano (1060-1180), y el apogeo de la Cristiandad (1180-1270) y la crisis de esta misma Cristiandad occidental (1270-1330). Es un abanico que comprende todos los contrastes de luz y de sombras de esta época originalísima e irrepetible. Veamos de presentar algunos de los aspectos más concretos que configuran este período y que forman el marco en que se mueve Tomás de Aquino.