XVI. Nazismo y antisemitismo

02/02/2011 2.922 Palabras

Hacia la barbarie y la guerra La enorme preocupación que muestra Freud en estas palabras deja traslucir la crítica situación política por la que pasa Europa en estos momentos. Era el año 1933. El cambio había comenzado en Alemania poco antes, tras subir Hitler al poder. Hitler había nacido en una pequeña ciudad austríaca. No había terminado sus estudios, y en su juventud había intentado, sin éxito, ganarse la vida pintando. Cuando, poco más tarde, empieza a interesarse por la política, se hace miembro del Partido Nacional Alemán de Trabajadores Socialistas, conocido como partido nazi. Las principales bases ideológicas en que se apoyaba este partido eran el antisemitismo, el antimarxismo y el pangermanis-mo: es decir, el deseo de unificar todas las áreas de habla alemana en un solo Estado. Durante los años de depresión económica, el partido nazi aumenta considerablemente, y en 1932 llega a ser el mayor de Alemania. Un año más tarde, Hitler, líder indiscutible del partido, es nombrado canciller. Durante los dos años siguientes convierte a Alemania en un país totalitario, aboliendo los otros partidos, creando una fuerte policía secreta y construyendo campos de concentración adonde fueron a parar innumerables presos políticos y, más tarde, los judíos. Un año después, en 1934, asume también el título de presidente y comienza una política expansionista dirigida a la ocupación y anexión de los países vecinos. Esta política culminaría en 1939 con el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, en la que morirían 40 millones de hombres en los seis años que duró; antes de la derrota de Alemania en 1945, hombres de los cinco continentes vendrían a luchar a Europa. Aparte de las bajas de la guerra, durante este tiempo tuvo lugar el sistemático exterminio de judíos en cámaras de gas y campos de concentración diseminados por toda la Europa central, con un total de seis millones de muertos de todas las edades. Aunque en 1933 nadie podía prever la magnitud de los sucesos que tendrían lugar unos años más tarde, el comportamiento de los nazis deja ya ver el comienzo de su persecución a los judíos y su inclinación a anexionarse Autria. Freud, ante el constante empeoramiento de la situación, escribe en tono desalentado su opinión, ya abiertamente pesimista, a una amiga francesa: «La situación política la has descrito tú ya detalladamente. Me da la impresión de que ni siquiera durante la guerra —la de 1914— dominaron de tal manera la escena las mentiras y las frases vacías. El mundo se está volviendo una enorme prisión. Alemania es la peor celda. Yo predigo una sorpresa paradójica para Alemania. Empezaron con el odio mortal al bolchevismo, y terminaron en algo imposible de distinguir de él, excepto quizá porque el bolchevismo, después de todo, adoptó ideales revolucionarios, mientras que los del hitlerismo son puramente reaccionarios y medievales. Me parece que este mundo ha perdido su vitalidad y que se está echando a perder. Me alegra pensar que tú todavía vives en una isla de afortunados».

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